"Las espigadoras" (Millet, 1857)
Se dice que las cosas y las personas más hermosas, pasan por nosotros sin que nos demos cuenta de que ello ocurre. Son pocos los que tienen la sabiduría o intuición suficientes, para percatarse en el momento adecuado de la presencia en sus vidas de personas especiales. Éstas suelen ser gente corriente a la vista de los ajenos a su entorno. Suelen ser humildes, trabajadoras, generosas y con carácter afable pero con fuerte personalidad y aparente seguridad. Sus actitudes y aptitudes dejan una huella particular en el mundo que las vive. Quizás sea cierto aquello de que lo bueno no es tan perceptible como lo malo o lo vulgar.
En ningún momento pretendo poner categorías a las personas que he conocido. Sin embargo, merece la pena hacer una mención y resaltar a aquellos y aquellas que –sin pretenderlo- fueron o son y serán gente “genuina”, única. No todo el mundo tiene la suerte de haber conocido a alguien especial en su vida. Yo soy un afortunado en muchas cosas y una de ellas es haber podido conocer y vivir una persona de las que no pasan inadvertidas y dejan una huella especial.
Hoy solo quiero contar parte de la historia de Juana, una mujer emprendedora y distinta por muchos motivos. Siempre vivió como pensó y sintió. Si tuviera que resaltar algún rasgo de su carácter, diría que fue una mujer luchadora, trabajadora y con una capacidad enorme de amar y “saber estar”. Apenas sabía leer y escribir; su mayor cultura sólo fue el saber vivir y hacer sentir a los que la rodearon lo bueno que hay detrás de casi todo.
Siendo la quinta de siete hermanos, ya desde pequeña sobresalía entre el resto de sus 5 hermanas. No tenía más de 5 años, cuando Sebastián –su padre- la dejaba al cuidado de una piara de cabras pastoreando en el monte. El trabajo duro fue su única educación. Cuando llegaba la hora de vender la cosecha, Sebastián la cogía de su mano y la llevaba consigo a las ferias o molinos, donde pactar el mejor precio que garantizase un buen beneficio para todo el año. Su padre siempre observó en ella una habilidad especial para tratar con las personas y una gran intuición para captar las verdaderas intenciones de sus interlocutores. Siendo una adolescente, Juana era la que aconsejaba a su padre qué decisión tomar, evitando -en algunos casos- incluso que algún personaje sin escrúpulos pretendiese aprovecharse de la necesidad de gente humilde, prometiendo un dinero que nunca pagaría.
Trabajaba en el campo con la misma fortaleza que los varones y todos los que la han conocido recuerdan su poderosa fuerza en los trabajos pesados, sin tener nada que envidiar a ningún hombre. Todo ello sin descuidar ni un ápice su feminidad, porque era una mujer joven y muy atractiva. Sus contemporáneos la recuerdan como temperamental, buena, de andares rápidos y con una fortaleza que parecía no agotarse nunca.
A los 17 años, vino del campo donde vivía a una de las fiestas de su pueblo con el fin de divertirse. Poco sabía de sensaciones y sentimientos aunque era toda una mujer en pleno esplendor. Un joven delgaducho, de orejas despegadas, pero guapetón, ataviado con un pantalón de paño y una camisa blanca, se acercó a Juana invitándola a bailar. Ella, casi de un respingo, rechazó la invitación. Pero al ver en los ojos del joven el semblante de la desilusión, se le removió el corazón y no pudo evitar sentir una sensación extraña en el estómago.
Desde aquel día, en todo momento el rostro de José María se quedó grabado en su mente y en su corazón. Eran tiempos difíciles en los que había que saber elegir muy bien al hombre con el que casarse, o bien lo elegían por ti.
La familia de José era muy humilde, y desde que su abuelo volvió de “hacer las américas”, eran arrieros que daban portes de todo tipo por los que obtenían un salario que apenas alcanzaba para mantener la familia. Juana gozaba de un situación mejor porque su padre estaba encargado de parte de una finca del Duque de la Ahumada y en su casa no faltaba ni comida ni trabajo.
Esa diferencia de status económico creó cierto malestar en la familia cuando tuvieron la noticia de que Juana y José andaban “hablando”. En tales circunstancias, Juana decidió enfrentarse a todos y al “que dirán” tan retrógrado de la época. No había pasado más de un año que se habían conocido, cuando -aprovechando de nuevo unas fiestas populares del pueblo- ambos se fugaron como única salida para vivir su amor.
Las hermanas de Juana la buscaron por todo el pueblo y volvieron desoladas de nuevo al cortijo. No sabían como contar a sus padres lo que había sucedido. Expuesta la noticia, la madre de Juana puso el grito en el cielo; el padre se limitó a decir: “no importa, seguro que vuelve”. Y así fue, volvió a los dos días de haberse fugado y trajo consigo a su hombre; al que siempre amaría. Se casaron, como mandaba la obligación, y tuvieron 6 hijos.
En ningún momento pretendo poner categorías a las personas que he conocido. Sin embargo, merece la pena hacer una mención y resaltar a aquellos y aquellas que –sin pretenderlo- fueron o son y serán gente “genuina”, única. No todo el mundo tiene la suerte de haber conocido a alguien especial en su vida. Yo soy un afortunado en muchas cosas y una de ellas es haber podido conocer y vivir una persona de las que no pasan inadvertidas y dejan una huella especial.
Hoy solo quiero contar parte de la historia de Juana, una mujer emprendedora y distinta por muchos motivos. Siempre vivió como pensó y sintió. Si tuviera que resaltar algún rasgo de su carácter, diría que fue una mujer luchadora, trabajadora y con una capacidad enorme de amar y “saber estar”. Apenas sabía leer y escribir; su mayor cultura sólo fue el saber vivir y hacer sentir a los que la rodearon lo bueno que hay detrás de casi todo.
Siendo la quinta de siete hermanos, ya desde pequeña sobresalía entre el resto de sus 5 hermanas. No tenía más de 5 años, cuando Sebastián –su padre- la dejaba al cuidado de una piara de cabras pastoreando en el monte. El trabajo duro fue su única educación. Cuando llegaba la hora de vender la cosecha, Sebastián la cogía de su mano y la llevaba consigo a las ferias o molinos, donde pactar el mejor precio que garantizase un buen beneficio para todo el año. Su padre siempre observó en ella una habilidad especial para tratar con las personas y una gran intuición para captar las verdaderas intenciones de sus interlocutores. Siendo una adolescente, Juana era la que aconsejaba a su padre qué decisión tomar, evitando -en algunos casos- incluso que algún personaje sin escrúpulos pretendiese aprovecharse de la necesidad de gente humilde, prometiendo un dinero que nunca pagaría.
Trabajaba en el campo con la misma fortaleza que los varones y todos los que la han conocido recuerdan su poderosa fuerza en los trabajos pesados, sin tener nada que envidiar a ningún hombre. Todo ello sin descuidar ni un ápice su feminidad, porque era una mujer joven y muy atractiva. Sus contemporáneos la recuerdan como temperamental, buena, de andares rápidos y con una fortaleza que parecía no agotarse nunca.
A los 17 años, vino del campo donde vivía a una de las fiestas de su pueblo con el fin de divertirse. Poco sabía de sensaciones y sentimientos aunque era toda una mujer en pleno esplendor. Un joven delgaducho, de orejas despegadas, pero guapetón, ataviado con un pantalón de paño y una camisa blanca, se acercó a Juana invitándola a bailar. Ella, casi de un respingo, rechazó la invitación. Pero al ver en los ojos del joven el semblante de la desilusión, se le removió el corazón y no pudo evitar sentir una sensación extraña en el estómago.
Desde aquel día, en todo momento el rostro de José María se quedó grabado en su mente y en su corazón. Eran tiempos difíciles en los que había que saber elegir muy bien al hombre con el que casarse, o bien lo elegían por ti.
La familia de José era muy humilde, y desde que su abuelo volvió de “hacer las américas”, eran arrieros que daban portes de todo tipo por los que obtenían un salario que apenas alcanzaba para mantener la familia. Juana gozaba de un situación mejor porque su padre estaba encargado de parte de una finca del Duque de la Ahumada y en su casa no faltaba ni comida ni trabajo.
Esa diferencia de status económico creó cierto malestar en la familia cuando tuvieron la noticia de que Juana y José andaban “hablando”. En tales circunstancias, Juana decidió enfrentarse a todos y al “que dirán” tan retrógrado de la época. No había pasado más de un año que se habían conocido, cuando -aprovechando de nuevo unas fiestas populares del pueblo- ambos se fugaron como única salida para vivir su amor.
Las hermanas de Juana la buscaron por todo el pueblo y volvieron desoladas de nuevo al cortijo. No sabían como contar a sus padres lo que había sucedido. Expuesta la noticia, la madre de Juana puso el grito en el cielo; el padre se limitó a decir: “no importa, seguro que vuelve”. Y así fue, volvió a los dos días de haberse fugado y trajo consigo a su hombre; al que siempre amaría. Se casaron, como mandaba la obligación, y tuvieron 6 hijos.
(Continuará)